El futuro es algo que nos preocupa a todos, es algo en lo que muchas veces hemos pensado, y es algo de lo que no podemos asegurar nada. Por esta preocupación me planteé una pregunta que considero muy importante: ¿qué espero de mi futuro?
Para resolver esta duda tuve que salir de mi tiempo y llegar al momento de mi muerte, que se supone es cuando mi existencia terminará. Encontrándome en ese momento, me surgieron inmediatamente dos preguntas, porque para ese entonces tuve que haber vivido una vida entera. Las preguntas eran específicas según una decisión que tengo que tomar ahora, mi carrera.
Una de las dos preguntas surgió cuando hube decidido estudiar una carrera que no exigiera todo de mi, lo que la mayoría de personas hacen, porque creen que dando una parte de ellos, y dedicar la otra para si mismos, encontrarán lo que llaman felicidad. Esta es la opción más equilibrada, la más aceptada y usada; sin embargo, la pregunta fue: ¿Soy feliz?
La respuesta dependió mucho de los placeres que tuve en mi vida, ya que si hubieran sido pocos, sentiría que mi vida pasó y no la disfruté. Sin embargo, dentro de lo más profundo de mi ser, tendría un sentimiento de profunda tristeza y arrepentimiento por no haber dado todo de mi. Porque sabría que tuve la posibilidad de ayudar a muchas más personas de las que ayudé, de servir más de lo que le serví al mundo.
La otra pregunta se dio a partir de haber escogido una carrera que me haya exigido todo; es decir, un compromiso pleno. Una carrera que me haya quitado días y días de placer; una carrera que no me haya dejado disfrutar mi vida, por haberla entregado de manera absoluta a los demás, una carrera como medicina. Habiendo escogido esta carrera, y habiéndola ejercido de forma correcta; es decir, totalmente sacrificada; es cuando surge la otra pregunta: ¿Valió la pena?
Para poder responderme tuve que recordar todos los placeres que deje de tener por que otros los tengan, sin saber si siquiera se los merecían. Me di cuenta de que hube dado más de lo que algunos merecían, y no sólo eso, sino también entrar en la duda de si el mundo merecía que haya dado toda mi vida para ayudar o salvar vidas que quizá no valgan nada.
Al principio se puede llegar a una ligera depresión, ya que cualquier camino elegido conducía al arrepentimiento y a la tristeza. Pero luego de analizado unos días, llegó a mi mente el factor religión, el cual también jugó un papel muy importante en la conclusión. Planteaba, en el caso de ser creyente, que de no haber dado todo de mi, sentiría cierto temor a la muerte; y en el caso de haber sacrificado mi vida por los demás, todas las angustias que pueda tener, se esfumarían muy pronto, ya que moriría con la mayor paz interior posible. En cambio, si al final de mi vida no llegara a creer en ningún ser superior ni en ningún tipo de existencia después de la muerte, haya escogido el camino que haya escogido, no sentiría arrepentimiento alguno, pero si una gran depresión; ya que todo lo que hice o pude haber hecho, no hubiera valido absolutamente nada.
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